De música ligera de Aixa de la Cruz

He leído este libro porque lo recomienda Alberto Olmos en su formspring. Le preguntaban sobre autores de los 80 y mencionaba a esta señorita, Aixa de la Cruz, que sí, parece ser de las pocas veinteañeras que en este país escriben. Es que a los veinte años hay muchas cosas que hacer más importantes que escribir, ese es el problema: ir a la universidad, comprar ropita, ligar por Facebook, hacerse fan de la webpage de Arnaldo Otegi, probar las metanfetaminas, etc. Son muchas distracciones para la tarea absorbente de escribir una novela. Esto se nota en De música ligera, se nota que la autora estaba necesariamente en otra cosa. Por eso hay tanta fragmentación, tanto inciso, porque escribir doscientas páginas de seguido no es fácil cuando tienes que limpiar los restos de la fiesta de anoche en tu piso de estudiante. No digo que haya que mirar con condescendencia a los jóvenes escribientes, pero debemos juzgarlos en su contexto. Virginia Woolf nos enseñó a entender la obra de Jane Austen como la de una mujer que no tenía un sitio propio para escribir; yo he leído De música ligera sabiendo que su autora vive la edad de la distracción, que probablemente escribe escuchando la radio y contestando mails. Esto no es malo; irrumpen mensajes variopintos en la novela que le dan cierta gracia: desde artículos de divulgación científica hasta necrológicas por cantantes de rock falsos. Es como cuando escuchas música en Spotify y de pronto saltan los anuncios; entiendo que la autora pretendía transmitir esta sensación de lista de reproducción caótica, de pub sin personalidad, y en este sentido lo consigue. Sin embargo, no es difícil percibir que estos incisos mediáticos aparecen justo cuando el hilo de la narración se le va de las manos. La prosa – aún tengo dudas sobre qué quiero decir cuando digo eso: prosa – es correcta, pero no hay unidad de estilo. Es aquí cuando la distracción de los veinte años pasa factura. A Aixa de la Cruz se le olvida de un día para otro cómo está escrita su novela y la voz en tercera persona que regula las partes narrativas cambia continuamente. No hay que alarmarse; no es esquizofrenia; ni siquiera influye el ciclo menstrual; es que le faltan años y mucha práctica para encontrar una voz uniforme que sea suya. A ver, vamos a echarle una mano: se intuye que Aixa no es cursi – o que no quiere serlo - porque predomina la sobriedad en su relato. En sus mejores párrafos diría que es elegante. Sin embargo, de pronto resbala. La historia de amor entre el niño Dylan y la francesita perversa – sí, hemos notado el paralelismo con Grandes esperanzas pero no es exculpatorio- tiene momentos empalagosos: “nada que Estelle no pudiera igualar con solo aparecer, mezclar el humo con el cielo desde las ramas de la higuera.” Por favor… las higueras, conjuntamente con los colibríes, deberían prohibirse en literatura. Pero más que la cursilería, su vicio suele ser lo pedante. Quiere decirnos que sabe mucho de música y en ocasiones nos mete la información con calzador. Además, le ha parecido muy moderno eso de incluir su voz autoral en el relato y nos vapulea con reflexiones manidas sobre el acto de escribir. De música ligera me hubiera gustado más sin esos incisos, la verdad, pero incluso con ellos, y a grandes rasgos, me ha gustado. La primera parte, centrada en el pianista afásico cuando era niño, es notable; el personaje es uno de los aciertos de la novela. Es un emblema de la angustia que sentimos todos aquellos que estamos limitados para hacer algo que la sociedad considera importante; en mi caso, pintarme las uñas como dios manda. Y su rebelión contra el lenguaje es punk, lo que tiende un lazo entre las dos historias, entre el imitador trasnochado de los Clash y el niño pianista, intérprete de Debussy, que alquila trajes usados para las audiciones.
Odio a Bob Dylan pero me ha gustado esta versión que hace de You belong to me. Hoy me he despertado sentimental:

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